Ella dejó caer su mano y él la tomó con dulzura, sabía que el corazón de aquella mujer estaba cansado de la lucha contra el acecho constante de la muerte; sin embargo, el amor no se había apagado y aquella mujer con la cabeza casi calva, la piel pálida y los labios secos para él parecía solo un disfraz, porque en sus pupilas, se reflejaba una mujer radiante, vigorosa y sensual, la misma que él había conocido hace tantos años, una mujer muy diferente a la que estaba postrada ante sus ojos. Se sintió atrevido por un momento y esto solo lo supongo porque inclinó la cabeza hacía el oído de su esposa y le habló en voz casi imperceptible. – Hermosa dama, ¿se atrevería usted a matar a este admirador suyo, con un beso? –
Se desvió lentamente de su oído hacía su boca y ella le respondió al gesto con una sonrisa apenas esbozada y un leve intento de beso hasta donde su deteriorado cuerpo le permitía, el último para ambos; en ese mismo instante el corazón de ella detuvo su marcha.
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